En “El pintor de la vida moderna” Baudelaire define a esta especie como un observador apasionado para el cual “constituye un gozo inmenso elegir morada en el número, en lo ondulante, en el movimiento, en lo fugitivo, y lo infinito”.
En este personaje se evidencia la constante riña entre lo que se ha llegado a etiquetar como “clásico” y lo contemporáneo pues es un personaje que aprecia lo que le ofrece su tiempo aunque no por ello es un ignorante del pasado, aún cuando pueda despreciarlo quizá porque ya le parece aburrido. Este pensamiento se ve expresado una vez más en el anteriormente citado texto de Baudelaire: “el placer que obtenemos de la representación del presente se debe no sólo a la belleza de la que éste puede estar revestido, sino también a su calidad esencial de presente”. De esta manera podemos darnos cuenta de que el flaneur es consciente de la aceleración del ritmo de vida y que lo que se concibe como la modernidad es transitorio y contingente y se deleita en ello.
Es por ello que parece que éste hombre busca el punto medio entre lo eterno y lo circunstancial pues “sin este segundo elemento…que es como la envoltura divertida, centelleante,…el primer elemento sería indigestible, inapreciable…”, dice Baudelaire. Es decir, no niega el pasado ni lo rechaza del todo, es más se precia de conocerlo y de su cultés sobre aquello (no podría disfrutar criticarlo si no lo conociera a fondo) sin embargo quiere vivir el presente.
El flaneur se asume como hombre de mundo, rechaza ciertos aspectos del comportamiento burgués, curioseando y navegando por la vida proletaria como si la estudiara, como si la descubriera, pero sin tener la intención en ningún momento de fundirse en ella. Es dominado por la pasión de ver y de sentir con la conciencia de que la belleza tiene un carácter aristocrático, así como quien se deleita con el pensamiento abstracto. En este sentido se separa por una parte de la aristocracia pero también esta distanciado por obvias razones del común y mayoría de la gente que habita la ciudad siendo un ente paralelo a ambas partes, según dice Baudelaire, tiene la “virtud” de “estar fuera de casa y sin embargo sentirse en ella en todas partes; ver el mundo, estar en el centro del mundo y permanecer oculto al mundo…”
En la figura del flaneur Walter Benjamín ve un símbolo de la alienación de la ciudad y el consumo capitalista como otros símbolos de la modernidad. Es un personaje que aborrece la trivialidad que no por ello la banalidad (en ese sentido no estaría tan separado de la imagen del badau que nos ofrece el texto de Gregory Shaya: The Flaneur, The Badaud and the making of a mass public in France, circa 1860-1910, si se traduce la búsqueda de satisfacción estética en casi ocio, sin embargo el badau es mas impresionable, mas sentimentaloide, en cambio el flaneur es más frío en sus apreciaciones y reacciones), disfrutar de los placeres mundanos, incluyendo la moda en cuyo caso entraría dentro de la categoría del dandi en el que según Baudelaire “no tienen otro estado que el de cultivar la idea de lo bello en su persona, de satisfacer sus pasiones, de sentir y de pensar”.
A si pues en el flaneur vemos una figura de fin de siglo que expresa los cambios y las tensiones de los nuevos tiempos, una figura en la que se encarnan las posibilidades y las negaciones, así como una aspiración a ser una cosa sin dejar de ser otra, que al mismo tiempo se reflejan en la ciudad, es decir, esta categoría de hombre es espejo de lo que acontece en las nuevas ciudades y viceversa, siendo la prensa de ese tiempo muestra de cómo va desapareciendo esta categoría aristocrática para dar espacio a la cultura de masas en los pasos que va dando la democracia.
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